Simón, el miedo y las hormigas; por Maga Cristi

 A Gustavo Gatica

 

Simón, el miedo y las hormigas

 

Había una vez un niño cuyo miedo más grande fueron las hormigas, ese vaivén de seres solitarios tan unidos como uno y tan dispersos como mil. En la inocente conciencia de un niño de ciudad grande, incapaz de analizar su realidad, su miedo más grande fueron las hormigas. Era un miedo sano, aquel miedo que vomita curiosidad de la cual germina una semilla. Y entre el miedo acobijado por aquella semilla, la curiosidad y la multitud, ahí estaba entrometido Simón observando con una distancia, ahora, amorosa a las hormigas compañeras, hermanas de la tierra y aliadas del sol. Simón lo comprendió. En el preciso momento en que una frágil gota cayó de la manguera rota y se dirigió violentamente a la hormiga, punzando su corta vida, Simón pudo sentirlo. Y es que, llenando sus pulmones de aquel tibio aire mortal de primavera, mató el miedo en un silencioso llanto por la hormiga caída y prometió, aún no totalmente consciente de aquella promesa, que jamás el miedo le impediría salvar a una hormiga. En el fondo, miedo y hormiga siempre se llevaron bien, a pesar de que hubiese un mundo sucio imponiéndole al miedo matar a la hormiga. Pero ahí estaría Simón dispuesto a cambiarlo, aunque el costo fuese nunca más volver a ver a las hormigas. Sin duda, la sangre derramada de sus ojos, aquellos que algún día apreciaron el equilibrio perfecto del mundo, cobraría venganza contra la frágil gota de agua que un día mató a la hormiga. Fue también aquella misma sangre derramada la que, en contra del destino del mundo, tomó la mano izquierda del miedo y la unió a la mano izquierda de la hormiga. Y así estos dos, protegiéndose las espaldas como dos aliados, se enfrentaron al mundo que en un duro noviembre yacía desequilibrado; pero que, gracias a la labor de Simón, del miedo y la hormiga, se transformaría en uno mejor. Para todos los Simones, y todas las hormigas hasta el final de los tiempos.

Maga Cristi


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