En contra del Reduccionismo en Psicología; por Felipe Núñez

 En Contra Del Reduccionismo en Psicología

Felipe Núñez de la Fuente


“Hace un poco tiempo atrás vi una imagen que comparaba el cerebro de un niño maltratado con el cerebro de un niño cuidado con cariño. En la imagen del niño maltratado había menos manchitas que en la otra imagen, ¡es increíble cómo funciona el cerebro!”. Frases de este tipo cuentan con decenas de años de antigüedad; no se cita estudio, no se pone atención sobre la metodología utilizada para llegar a esas imágenes, no se pregunta sobre la validez de las correlaciones que se hacen. Sin embargo, siempre vuelven: antes se paseaban por los diarios, después por televisión, ahora en las redes sociales. 

Probablemente hay motivos mucho más inmediatos para argumentar en contra de la violencia en los niños, sin embargo, llama la atención la recepción de este en particular. ¿Por qué estas imágenes son tan intermitentemente populares en el transcurso de los años?, porque son fáciles de asimilar: “Este es el efecto de la violencia”. Porque son moralizantes: “Mire lo que pasa cuando usted le pega a su hijo”. Porque es un discurso que legitima: “Ve, se acaba de demostrar científicamente”. No obstante, me interesa discutir algo mucho más profundo que la neurociencia pop, lo que me interesa problematizar es una, de las muchas, actitudes filosóficas —actitud porque no muchas veces es una reflexión consciente— que hacen verosímiles estos fenómenos: el reduccionismo.

El reduccionismo podría ser entendido como la actitud filosófica que considera que el ser —lo que existe— es un conjunto de cosas inertes —es decir, que no se mueven por sí mismas— exteriores entre ellas —es decir, separadas entre sí—, que están compuestas por partes más pequeñas, las cuales a su vez están compuestas por otras partes más pequeñas hasta llegar a un punto indivisible: el átomo. Según esta concepción todo estaría formado de átomos, y las diferencias entre las cosas sólo sería una diferencia en la distribución y número de átomos.

¿Dónde está el reduccionismo? en la creencia de que el comportamiento y naturaleza de todo fenómeno podría ser explicado en última instancia comprendiendo las leyes de aquella cosa más pequeña que conforma todo: el átomo, y la ciencia encargada de esta tarea: la física. Según esta concepción, bastaría que entendamos completamente las leyes de la física para poder deducir el resto de las leyes que operan sobre los fenómenos —las leyes químicas, biológicas, psicológicas, sociales— pues, finalmente, la realidad sería sólo una composición compleja de una unidad fundamental. Si entendemos el átomo, podremos llegar a entender todo, la realidad se reduce a la física. Así, la química sólo sería una física muy compleja, la biología sólo sería una química muy compleja, la psicología sólo sería una biología muy compleja (!), la sociología sólo sería una psicología muy compleja.

Las ciencias naturales han ido abandonando esta concepción mecánica del mundo hace muchos años. En las ciencias sociales, se ha producido un movimiento análogo, más lentamente. En el sentido común —aunque ha entrado en crisis— esta experiencia sobre el mundo sigue siendo verosímil.

Cabría preguntarse, ¿es cierto que sólo somos cosas inertes que se mueven por el resultado de las interacciones exteriores?, ¿somos meros esclavos de esa inmensa cadena de interacciones simples?, ¿qué tan posible y deseable es cosificar problemas sociales? ¿será posible pensar la libertad humana en estas condiciones?, ¿es cierto que nuestros temores, traumas, alegrías, amores, tristezas son sólo resultado de un movimiento biológico/químico/físico muy complejo? si la respuesta es no, ¿resultado de qué es?, los cada vez más populares enfoques interdisciplinares nos responden “es resultado tanto de esto como de lo otro”, “tanto de lo social, como de lo biológico”, sin reparar en determinar en qué proporción “esto”, en qué proporción “lo otro”; se han creado enfoques Psico-Bio-Sociales, que en la práctica —psiquiatría mediante— se han revelado como Psico-BIO-sociales.

Ahora bien, nadie admite en psicología que opera de manera reduccionista, es abiertamente impopular decirlo y probablemente muchos estén en contra de este modelo, pero, una psicología no reduccionista no sólo debería estar en contra del atomismo físico: hay reduccionismos análogos —presentes en la disciplina— que plantean la construcción de un paradigma a partir de otra unidad fundamental ya sea a la manera de cosas —células, neuronas, neurotransmisores, individuos— o como relaciones —arquetipos, estructuras, formas de funcionamiento— y que se expresa visiblemente en la hegemonía de las neurociencias en psicología o en el individualismo metodológico. 

Notará usted, lector/a, que este es un problema muy serio para los psicólogos y que este no pasa sólo por cómo entendemos lo “humano”, sino por cómo lo intervenimos, qué soluciones nos planteamos en base a lo que sabemos. Es esta una invitación a volver a pensar problemas, sus consecuencias y soluciones: es posible llegar a nuevas conclusiones, es posible apostar por otras soluciones, es posible pensar la complejidad, pues, tenemos la misma cantidad de neuronas (!) que los inventores —y los casi-permanentes reinventores— del reduccionismo.



Comentarios

Entradas populares de este blog

Comentario sobre el Karate; Por Camille Rieutord.

El viaje de Chihiro: nuestro propio viaje de crecimiento; por M. A. Silva

Bienvenidx a Psiconvergencia