Condiciones laborales y desvalorización histórica; por Valentina Forján

Condiciones laborales y desvalorización histórica.

Valentina Forján Espinoza


De la educación y el profesorado se ha escuchado mucho a lo largo de la crisis sanitaria. Que volvemos a clases, que ya no. Que no se suspende el SIMCE, que ahora sí se suspende. También, “Hago una hora de Zoom desde mi casa y me tiro las pelotas el resto del día”, en dichos de Loreto Letelier, dejando en evidencia el desconocimiento respecto de la situación laboral del cuerpo docente, que por lo demás, se vuelve más precaria de lo que ya era, aun cuando pensábamos que no era posible.

Lo cierto es que la seguidilla de eventos desafortunados, desde los precarios inicios demostrados por la historia del profesorado, hasta la poca valoración que existe hoy hacia su trabajo, tienen como resultado el gremio actual, que da cuenta de fatiga, ganas de abandonar o cambiarse de profesión y, sin duda, de la explotación laboral de la que son víctimas, y que se relaciona directamente con las exigencias de un sistema de rendición de cuentas que pone en tela de juicio el saber, la experiencia y vocación de quienes entregan cada día mucho más que contenidos académicos.

Es necesario decir que me parece importante alejar la idea del bienestar- o malestar, en su defecto- como un problema individual, y en el que cae muchas veces la psicología y algunas de sus corrientes al despolitizar los escenarios en los que se encuentra inserto el profesorado, como si no hubiera factores psicosociales involucrados, o políticas de estado que regulen sus prácticas y al mismo tiempo la vida de sus estudiantes. Es importante tener esto en cuenta, puesto que las condiciones laborales son uno de esos muchos elementos involucrados en la experiencia de enseñanza.

En este sentido, no son las mismas condiciones para todos, no obstante, la precariedad se mantiene, con algunos elementos de diferencia según tipo de establecimiento. Un elemento que no varía es pasar en aula un 10% más del tiempo estipulado por ley, lo que implica restar tiempo a los deberes no lectivos, y por consecuencia, destinar tiempo personal para ello, dejando en promedio 10 horas de trabajo no remunerado. Por otro lado, el promedio es de 3 años de permanencia en un establecimiento, el sueldo está por debajo de lo esperado para la especialización del gremio, y los niveles de sindicalización también son muy bajos, principalmente en establecimientos no dependientes del municipio. En tanto, principalmente en establecimientos municipales, elementos relacionados a infraestructura o disponibilidad de materiales exponen a docentes a largas horas de pie, tener que forzar la voz, no tener espacios para desarrollar sus trabajos o relacionarse con sus colegas (como una sala de profesores).

Lo anterior son situaciones que durante estos meses de pandemia han quedado en pausa. Sin embargo, hay nuevas exigencias que demanda la virtualidad y el teletrabajo que no han sido cubiertas por quienes están a cargo. En conversaciones que he podido entablar con miembros del magisterio, he podido dar cuenta de cómo cada uno y cada una ha tenido que hacerse con los implementos para poder llevar a cabo sus tareas, a costa de su propio internet, sus propios computadores, aumentando las cuentas de luz en sus hogares producto de estas nuevas formas de trabajar, lo que genera un malestar y sentir de abandono en los profesionales.

En términos psicosociales, la demanda laboral, caracterizada por excesiva presión de trabajo y poco tiempo para realizarlo se presenta frecuentemente en contextos municipales, aunque no por eso alejada de otras dependencias. Otros elementos importantes para el bienestar docente son el apoyo recibido de parte del equipo directivo del establecimiento, la sensación de seguridad y protección, espacios para la reflexión y formación, cantidad de estudiantes por curso, cantidad de cursos a los que imparten clases, etc.

Casi la totalidad de los elementos recién mencionados siguen siendo una preocupación, y algunos con una intensidad mucho mayor, durante estos meses. La demanda de trabajo aumenta, hay una sensación de inseguridad en relación al aprendizaje de los estudiantes, y en palabras de profesores, una incertidumbre respecto de si todo el trabajo que han llevado a cabo durante el año vale realmente la pena: la corrección de guías (considerando un promedio de 8 cursos con 39 estudiantes, dando un total de 312, por lo tanto 312 guías por corregir), poner notas, etc., y todo esto más un deficiente apoyo institucional a nivel emocional y laboral, sin respeto por los límites horarios personales por muy establecidos en acuerdos estén.

Me quedo corta para decir todo lo que es necesario, pero aún así, a pesar de todo lo anterior día a día escuchamos a figuras públicas, “políticos” u otras personas, abiertamente menospreciar el trabajo docente y negando las dificultades de la profesión. No obstante, para pensar en el bienestar docente, y en el de la educación en general, es necesaria una reivindicación de los derechos laborales del profesorado, permitiéndoles manifestar su propia voz, reconociendo y abrazando que cuentan con un poder transformador del que somos testigos al ver el impacto del movimiento estudiantil en las transformaciones sociales de las últimas décadas.


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